jueves, 28 de enero de 2010

SIMULADOR

Benito Federico Chilián Herrera
El señor N., antiguo amanuense adscrito a la oficina del Licenciado Germán V., salió de su oficina, subió a su auto y manejó sin rumbo determinado. Al llegar a un mercado bajó del auto. Caminó por los pasillos. Los marchantes subían y bajaban cajas de fruta de un lado a otro; luego las acomodaban. El señor N. llegó a un expendio de bebidas alcohólicas. Le sorprendió el precio; compró un par de botellas. Una marchante que invitaba a acercarse a los consumidores le gritó al oído mientras pasaba caminando. El señor N. se dio la vuelta y le clavó la mirada. La señora continuó con su trabajo. Dos puestos más adelante el señor N. compró cacahuates. Mientras caminaba, se metía puñados a la boca y escupía las cascaritas. Al llegar a su auto se quedó viendo el tablero media hora. El sol lo hacía sudar y no bajó las ventanillas. Manejó de regreso a su casa. Al entrar vio que su perro no tenía agua. Tomó el traste y lo llenó con agua de la llave. Nadie lo esperaba así que se sentó en el sillón y prendió el televisor. Ningún programa lo entretuvo y dio vueltas una y otra vez a todos los canales. Así se mantuvo durante dos o tres horas hasta quedarse dormido. En la madrugada se levantó a buscar algo de comer. Abrió el refrigerador y sacó el cartón de leche, se atragantó un pan y bebió directo de la boquilla. Apoyó las manos sobre la barra de la cocina y se quedó mirando una mancha de cochambre en la estufa. Salió de su casa. Aún era de noche. Sacó la basura haciendo mucho ruido con la reja del patio. Buscó las llaves de su auto en su saco y en su pantalón. No las encontró. Regresó a su casa y tampoco las encontró. Subió a su recámara con silencio, abrió la puerta y vio a su mujer dormida. Buscó en su bolso otras llaves. Las encontró y partió en el coche de su mujer. Salió de la ciudad por la carretera federal. Se detuvo en una gasolinera. Llenó el tanque y le dio una buena propina al despachador quien le preguntó hacia dónde se dirigía. El señor N. contestó: «voy a mi pueblo». Manejó por horas. Pasó su pueblo. No quiso entrar. Al cabo de varios kilómetros se detuvo en una pequeña tienda a comprar agua mineral. Entró a su auto y se quedó impasible con las manos sobre el volante. Descansó cerca de media hora. La noche lo sorprendió en un pueblo que desconocía. Buscó dónde pernoctar. El pueblo no recibía turistas y no tenía servicios de hospedaje. Se estacionó cerca de la iglesia y caminó a buscar al padre. No encontró a nadie. Un señor que estaba sentado sobre la banqueta viendo pasar el tiempo fue interrogado por el señor N. El hombre le dijo que podía pedir asilo con la señora de la casa roja. El señor N. se dio la vuelta y siguió caminando. Una casa roja se asomó a su vista. En ella, una niña le abrió a su llamado. El señor N. preguntó por su mamá. Salió una señora vieja y cansada de nombre Margarita. Se presentó el señor N., le pidió asilo y pagó cincuenta pesos por la noche. Al instalarse la niña que abrió la puerta lo observaba por una pequeña rendija. El señor N. la miró y la invitó a pasar. Le dijo que le contaría un cuento. La sentó a su lado y comenzó una historia. La señora Margarita llamó a la niña. La niña se fue. Todos durmieron. Cuando el señor N. despertó ya había mucho bullicio en la casa. Guardó sus cosas con precisión. Salió del cuarto, le disparó a la señora Margarita, secuestró a la niña y salió caminando. La niña estaba llorando. El señor N. la puso en su regazo y le dijo: «¿quieres aprender a manejar?» y puso las manos de la niña en el volante. Lentamente salió de la ciudad. Se detuvo en la tienda donde horas antes había comprado el agua mineral. Compró dulces para la niña y llamó a su casa. El teléfono sonó y sonó y nadie contestó. Colgó la bocina con brusquedad. El señor de la tienda lo miró de reojo y le exigió quince pesos. El señor N. pagó y manejó de regreso a la ciudad con la niña dormida en el asiento de atrás. Su mujer lo llamó de regreso. El señor N. le dijo «estoy escondido en un lugar de la ciudad. Acabo de secuestrar una niña. Ya lo decidí. Pronto la golpearé, la violaré y la mataré. Diles en la oficina que se pongan a rezar, idiotas, porque con estas autoridades de mierda, es lo único que les queda». Colgó y acarició la cabeza de la niña dormida.

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