jueves, 28 de enero de 2010

Luisa Polanco, la incesante búsqueda y encuentro de nuevas formas de expresión plástica

Luisa Polanco es una pintora fuera de serie, con un estilo atípico trasmite un mensaje a la vez diáfano y poliédrico contenido en cada cuadro, su obra no se encuentra anclada a una escuela o corriente particular, asimila y emplea todas las técnicas y los géneros, lo mismo pinta al oleo que al pastel, acuarela, tinta o crayón, todo lo que ve, en miniaturas tan admirables como las de Josefina Albisúa o grandes cuadros tan sorprendentes como los de Fridha Kahlo; válgase la comparación, sin demérito de ninguna de las tres, sólo que en el caso de Luisa Polanco, habremos de reconocer la versatilidad que la singulariza y la lleva a estar en permanente búsqueda, ejercicio y encuentro de nuevas formas de expresión plástica, sin abandonar lo clásico, en lo que se distinguen los grandes maestros, como Rembrandt, Leonardo o Velázquez; el retrato, donde se puede apreciar la calidad de la imagen que muestra los sentimiento y actitudes más íntimos de las personas que han tenido el privilegio de ser plasmadas en la obra de Luisa Polanco. Bastan dos botones de muestra de la excelencia: los retratos del maestro Guadalupe Tecuapetla y de Lupita Landín. Prolífica incansable, Luisa Polanco ha trabajado durante más de tres lustros en el propósito de agradar con la belleza de su obra a los observadores más conspicuos de las artes visuales, lo cual ha conseguido con creces, pero como todo genuino artista, antes que todo se esfuerza en que su obra le guste a su propio autor, el resultado es que cualquiera puede tener la fortuna de coincidir con ese gusto. Efectivamente, su obra, si bien es digna de ser apreciada por los ilustrados, lo puede ser también del pueblo más humilde, porque con sutil erotismo pleno de cordialidad, Luisa Polanco nos muestra la faceta más sensible de la condición humana, la que enternece y provoca el afecto, la consideración más amable en su sentido literal. Cuando se orienta en sentido figurativo, la sexualidad que sugiere la obra está implícita dentro de lo explícito del tema, al contrario de lo que ha hecho Luis Bota, que lleva la exposición del sexo más allá de la pornografía y se divierte liberándolo de todas sus ataduras; Luisa Polanco se esmera en armonizar el refinamiento con la provocación, incita a develar los encantos del encuentro amatorio que como en las culturas orientales concibe sagrado. El mural que se develó durante la exposición inaugurada el 20 de noviembre en la Casa de las Bóvedas de la BUAP, es mucho más que un cuadro sinóptico onírico del origen y evolución de nuestro ser nacional. Siendo un mural mexicano por excelencia, se inserta en el concierto de la plástica universal; allí, Luisa Polanco nos revela nuestra identidad y nos advierte de los retos que el destino nos depara, al tiempo que nos ilustra con su concepción de la vida, del mestizaje y de su historia. Esta obra, resulta emblemática en el marco de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, conforme la conozcan los amantes del arte se incrementará su valor, tanto por su forma como por su fondo. El pensamiento que en él subyace suscitará comentarios aún en los más legos; y en los expertos, toda clase de elogios, porque además de ser una visión es una propuesta, la de un nuevo ordenamiento dentro la vorágine del cambio incesante. De hecho, la Dra. Ana María Huerta Jaramillo, durante la inauguración de la exposición, ha iniciado el reconocimiento social de la obra expuesta y de su autora, y tras de ella, los aplausos y admiración para la artista de todo el público. El evento coordinado en los controles por el arquitecto Manuel Muñoz, fue un digno testimonio del aprecio por la calidad humana, profesional y sensibilidad estética de Luisa Polanco. Los espectadores quedamos cautivados con su trabajo y su grata presencia.

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