martes, 6 de octubre de 2009

Agustín de Iturbide, héroe de la cúpula en el poder

Los restos mortales de Agustín de Iturbide se encuentran en la capilla de San Felipe de Jesús en la catedral de la ciudad de México, los de los insurgentes Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, Morelos y Guerrero reposan en el Ángel de la Independencia, la diferencia no es casual; la Iglesia Católica Apostólica Romana residente en México, siempre ha estado del lado de los poderosos y en contra de quienes a estos se oponen.
Agustín de Iturbide fue objeto de homenaje exaltado en la administración del ex alcalde de Puebla, Luis Paredes; en los festejos de la Independencia; el ex presidente Vicente Fox Quesada, exclamó ¡Viva el libertador Agustín de Iturbide!, lo propio ha hecho el presidente Felipe Calderón.
La idea de que fue Iturbide el consumador de la Independencia, se ha trasmitido de generación en generación, especialmente en las escuelas confesionales en manos de curas y/o monjas. Se cuenta que los primeros chiles en nogada que se prepararon, precisamente aquí en Puebla, los sirvieron las religiosas de Santa Clara y Santa Mónica, al entonces emperador Iturbide, con quien soñó el clero católico prolongar su dominación aún después de la colonia, lo cual en gran medida ha conseguido gracias a dictadores como Antonio López de Santa Anna, Porfirio Díaz y Carlos Salinas de Gortari, quien sigue decidiendo en gran medida la suerte económica y política de los mexicanos.
Emblemático es el caso del Dr. Sergio Antonio Corona Páez, maestro y doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana Santa Fe (México), quien actualmente se desempeña como Director del Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana Torreón, donde funge como docente, investigador y divulgador; y sostiene que: “como ciudadano sin afiliación política y como académico interesado en el triunfo de la verdad, me parece que ya es tiempo de que en México se respete y venere la memoria de todos aquellos héroes que lucharon por el bien de la nación, independientemente de cuál haya sido su posición política. Ni fueron héroes solamente los liberales, ni tampoco lo fueron únicamente los conservadores. Y existieron otros muchos héroes que no pertenecieron a estos bandos políticos o ideológicos, gente de quien ni siquiera se recuerda su nombre”. Y añade en su blog llamado “Crónica de Torreón”, que: “Aunque no me gusta poner ejemplos del extranjero, debo mencionar que en los Estados Unidos de Norteamérica son reconocidos y venerados como héroes aquellos que lucharon en los bandos yanqui y confederado. No solamente se recuerda el valor y el heroísmo de los vencedores, se incluye a los vencidos. Finalmente, todos eran norteamericanos y dignos de elogio, y más aún por el valor civil de sostener sus convicciones a pesar de la oposición. ¿No debiera ser la memoria histórica mexicana igualmente incluyente?”, para concluir con la siguiente sugerencia: “Torreón, a punto de cumplir su primer centenario como ciudad, tiene una deuda histórica con Iturbide, extraordinario militar y consumador de nuestra independencia nacional. No existe en la actualidad una sola calle o monumento que recuerde su gesta gloriosa, principio de nuestra nación”.
Con lo anterior, el Dr. Corona Páez demuestra que a pesar de sus títulos universitarios y de su pertenencia a diversas asociaciones de historiadores (es miembro de la Academia Melitense Hispana de Madrid, del Seminario de Cultura Mexicana, de la Asociación Mexicana de Historia Económica, de la Asociación de Historia Económica del Norte de México y de la Red Internacional de Historiadores de la Vitivinicultura, entre otras instituciones y asociaciones académicas, y además en el 2005 fue nombrado Cronista Oficial y Notario Histórico de Torreón, y en el 2006, Ciudadano Distinguido con la medalla Magdalena Mondragón al mérito académico y científico), simple y llanamente no ha comprendido la Historia de México, y la sugerencia que plantea sólo revela los intereses de él y de las instituciones que lo cobijan, pero en esencia es malintencionada y perversa ¿por qué?, veamos:
En la historia de este país y de cualquier otro, hay patriotas y hay delincuentes, y los hay en todas las ideologías, liberales y conservadores patriotas, y liberales y conservadores delincuentes; no es un problema de ideología, sino de ética, de valores morales, con los cuales no se puede transigir, so pena de sacrificar los principios.
Querer meter en un solo saco a patriotas y delincuentes, significa afectar a unos injustamente, y beneficiar a otros, sin merecerlo.
Agustín de Iturbide fue un delincuente, un pillo, un traidor a la Patria y a la República, un abusivo oportunista, cruel y despiadado con sus víctimas, una persona vil y despreciable por la forma como se condujo a todo lo largo de los once años que duró la guerra de Independencia, su fusilamiento era lo menos que podía sucederle a un sujeto de su calaña. No tuvo, en toda su trayectoria, un solo gesto de dignidad que permitiera absolverlo del juicio de la historia.
Comparar la historia de Estados Unidos con la de México, precisamente en sus años de formación como naciones independientes, es una extrapolación abusiva. Los migrantes ingleses que se posesionaron de las tierras de Norteamérica, y luego se adueñaron de más de la mitad del territorio mexicano, se disputaron la hegemonía política, organizados en los bandos yanqui y confederado, sin que ninguno de los dos fuera propietario original de la tierra en disputa o hubiese padecido la esclavitud de unos por otros, como le ocurrió al pueblo de México durante los tres siglos de la colonia. Yanquis y confederados se disputaron un botín que les era ajeno, lo que fue más de la mitad del territorio mexicano. Y ¿quiénes eran los yanquis?, dejemos que el poeta yanqui, E.B. White, nos lo diga: "Para los extranjeros, un yanqui es un estadounidense. Para los estadounidenses, un yanqui es un norteño. Para un norteño, un yanqui es alguien del este. Para alguien del este, un yanqui es alguien de Nueva Inglaterra. Para alguien de Nueva Inglaterra, un yanqui es un vermonteño. Y, en Vermont, un yanqui es alguien que come pastel en el desayuno".
En el vecino país del norte la contienda por el poder fue entre iguales, vale decir “deportiva”, “legal”, pero aquí en “La Nueva España” fue entre muy desiguales bandos, los insurgentes, que carecían de todo, y los realistas que todo lo tenían. Los insurgentes que reivindicaban el derecho de los indígenas y mestizos, a ser dueños de su destino, y los realistas que pretendían prolongar el régimen monárquico a disposición de los conquistadores. Iturbide fue realista, combatió y masacró a insurgentes; cuando vio que la situación en Europa era favorable para la independencia de México, se montó en el movimiento insurgente, convenció a Vicente Guerrero de poner fin a la guerra y marchó al frente del ejercito trigarante para erigirse como el consumador de la Independencia, cuando durante diez años la combatió. Mentira es que entraron juntos Iturbide y Vicente Guerrero a la ciudad de México, aquel 27 de septiembre de 1821. El pintiparado Iturbide iba al frente de una tropa reducida y elegante, y Guerrero cabalgó en la retaguardia al mando del último y más numeroso contingente, de miles de campesinos harapientos; falso es que ambos defendían la República, tan pronto se suscribió la paz, los iturbidistas (la Iglesia y los realistas) urdieron la forma de coronarlo como el primer emperador de México.
Para el anecdotario: Agustín de Iturbide sostuvo un romance con la influyente dama aristocrática María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como “La Güera” Rodríguez. Según relatos de la época, mientras su esposa Ana María Josefa de Huarte y Muñiz, se encontraba recluida en un convento; en la capital, Agustín de Iturbide logró desviar la fastuosa marcha militar del ejercito trigarante que se efectuaba el 27 de septiembre de 1821, cumpleaños de Iturbide, para que pasara por la casa de la “Guera” Rodríguez e instantes después Iturbide entrara a su casa con una rosa en mano para luego arrodillarse a sus pies.
Fue el diputado por Puebla, Rafael Mangino, el encargado de coronar a Agustín I el 21 de julio de 1822, con las siguientes palabras: "... que la siguiente Dignidad a la que la Nación os eleva, tiene solamente por objeto la conservación, el bien y la felicidad de la misma y de cada uno de sus individuos. Sabed, señor, que vuestra augusta persona es y será siempre sagrada e inviolable, para que podáis conducir con más acierto el estado, proteger vuestro súbditos y ser verdaderamente el Padre de vuestros pueblos; pero no olvidéis que ese gran poder que la Nación pone en vuestras augustas manos tiene por límites la Constitución y las leyes".
Tan pronto se colocó la corona Iturbide se mostró como el monarca de opereta que lo fue de manera efímera e intrascendente, derrochador y prepotente; sólo comparable a las gestiones del grotesco brigadier Antonio López de Santa Anna, sinónimo de traición y epítome de cinismo. ¿Cómo colocar en el mismo rasero al estadista José María Morelos, al artífice de la República, Vicente Guerrero; con el fantoche de Agustín de Iturbide? Imposible. Sería tanto como erigirle un monumento a Santa Anna, del tamaño que los tiene Benito Juárez por todo el mundo. Sería una aberración mayúscula.
El Dr. Sergio Antonio Corona Páez, desatina al querer colocar en el mismo nivel a héroes y villanos, pero lo más lamentable es que su equivocación la trasmite a las generaciones que asisten a la Universidad Iberoamericana, mismas que la adoptan como dogma de fe, magister dixit, y por eso salen los chavos de la Ibero, con esa expresiones que los caracteriza y distingue del resto de la universitarios, o sea, ves, para nada.
Cierto es que a nuestros héroes muchas veces se les ha mistificado, endiosado, y se ha querido mostrarlos como si fueran santos, sin mácula y sin pecado; y a sus adversarios como a unos malvados carentes de todo sentimiento de generosidad; tampoco hay tal, nuestros héroes, al fin humanos, tuvieron debilidades, defectos y cometieron errores; pero su obra esencial, su acción ante la sociedad, fue a favor de la Patria y lucharon por una República justa y democrática; y los contrarios, antepusieron sus intereses muy particulares, a los muy superiores que corresponden a la Nación; esa es la diferencia y lo que determina el fallo de la historia. Es válido reivindicar a conservadores ilustres como Lucas Alamán, o clérigos verdaderamente honestos como Fray Servando Teresa de Mier, e incluso a militares valientes del lado de la corona como Juan O,Donojú, pero Agustín de Iturbide, ¡por favor! No se justifica de ningún modo.
Vicente Guerrero, en cambio, en su breve mandato como presidente de la República, el 15 de septiembre de 1829, expidió el decreto de Abolición de la esclavitud, el cual había sido promulgado por Miguel Hidalgo en Guajalajara el 6 de diciembre de 1810. Mediante este acto protocolario se oficializó la postura de la República Mexicana.
1. Queda abolida la esclavitud en la República.
2. Son por consiguiente libres los que hasta hoy se hubieren considerado como esclavos
3. Cuando las circunstancias del erario lo permitan, se indemnizará a los propietarios de esclavos, en los términos que dispusieran las leyes
A Vicente Guerrero, su padre, Juan Pedro Guerrero, le ofreció las mieles de la corona si abandonaba la lucha, Vicente le respondió frente a su tropa, que lo respetaba y para él su palabra era sagrada, pero, le dijo: “la Patria es primero”. Esa es la diferencia, la misma que hay entre el bien y el mal. No confundir con el maniqueísmo.
Es pertinente citar en este deslinde, el verso terso de José María Moreno:

“En los montes del Sur, Guerrero un día,
alzando al cielo la serena frente,
animaba al ejército insurgente
y al combate otra vez los conducía.
Su padre en tanto, con tenaz porfía,
lo estrechaba entre sus brazos tiernamente
y en el delirio de su amor ardiente
sollozando a sus plantas le decía:

Ten piedad de mi vida desgraciada;
vengo en nombre del rey, tu dicha quiero;
poderoso te haré; dame tu espada.
¡Jamás! – Llorando respondió Guerrero;
tu voz es padre, para mí, sagrada,
más la voz de mi patria es lo primero.

Esto es justamente lo que no entenderán jamás Vicente Fox, Felipe Calderón y todos los panistas y académicos de escuelas confesionales que siguen rindiendo pleitesía a un individuo que no la merece, no sólo desde el punto de vista de quienes preferimos la República, y no el Imperio, sino de quienes distinguen a una persona honrada de un delincuente; lo cual la Iglesia católica nunca lo podrá hacer, a ella le basta con que se le arrodillen para que les perdone todos sus pecados y le ofrezcan la vida eterna y la gloria; así sea un tirano, un criminal, un narcotraficante o un pederasta.

Agustín de Iturbide, héroe de los panistas, de los sinarquistas, de los miembros viriles del Yunque, de los Caballeros de Colón, las Hijas de la Vela Perpetua, los Legionarios de Cristo y de algunos maestros de la Ibero, la Anahuac, la UPAEP y demás instituciones católicas. Foto: archivo
Dr. Sergio Antonio Corona Páez, maestro y doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana Santa Fe (México). Foto: archivo
Vicente Guerrero, consumador de la Independencia y presidente de la República en 1929
María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba (1778-1851) mejor conocida como " La Güera Rodríguez ", fue una personalidad de la alta nobleza novo-hispana que escandalizó a la mentalidad conservadora de su tiempo, que tuvo muchos amoríos con importantes personajes de su época entre estos con Alejandro Von Humboldt , con Simón Bolívar y con Agustín de Iturbide , éste último a quien ella impulsó para que consumara la independencia. “ " La Güera Rodríguez " fue una de las mujeres que influyó en hechos históricos de México y que su papel no ha sido considerado en su justa dimensión.
Cuenta la leyenda que cuando Simón Bolívar , muy joven acaso un poco más de los 15 años, en su viaje en el “Buque San Idelfonso” rumbo a España, hace escala en México, en donde conoce a la Güera Rodríguez , con la que tiene un tórrido romance.
Siendo capaz de atraer la atención de tan ilustres personajes, en todo caso, a quien había que revalorar es a la tal Güera Rodríguez.

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